“Querido lector cristiano”, dice Jacob Boehme, “orar bien es trabajo intenso”. La oración es la energía más sublime de la cual es capaz del hombre.1 En un sentido es gloria y bendición; en otro, es trabajo y tribulación, batalla y agonía. Las manos levantadas comienzan a temblar mucho antes de que la batalla es ganada, los nervios en tensión y la respiración jadeante proclaman el agotamiento del “siervo celestial”.
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